La Billetera se queda en Casa

Por: Gabriel Torres Salazar
Nº 375 -
junio - 2023
Es tiempo de dejar en casa este utensilio que, en el siglo pasado, dio de baja a las alforjas personales cargadas en hombros y espaldas. La billetera amplió su uso ocultándose de manera discreta en bolsillos de chaquetas, aunque ampliando el tórax de los varones; o, en pantalones masculinos, abultando el glúteo de quienes la…

Si no hay billetes que portar, para qué llevar billetera.

Es tiempo de dejar en casa este utensilio que, en el siglo pasado, dio de baja a las alforjas personales cargadas en hombros y espaldas. La billetera amplió su uso ocultándose de manera discreta en bolsillos de chaquetas, aunque ampliando el tórax de los varones; o, en pantalones masculinos, abultando el glúteo de quienes la portaban. Delataba en el vestuario su existencia, pero era mucho menos evidentes y más segura que un morral o la misma alforja. Lo de seguridad era por su contenido: el dinero efectivo que guardaba.

Llegó a ser tan imprescindible como la peineta pequeña, el pañuelo de tela, o el reloj de cadena, todos útiles de bolsillo, necesarios en chaquetas o pantalones de hombres. Las señoras las llevaban generosamente abultadas, con o sin dinero – y siguen cargándolas-- en sus carteras de mano, junto a una innumerable lista de pequeños utensilios que solo ellas pueden enumerar.

Tampoco hay chequera personal que transportar, porque los cheques han caído en desuso hace rato. Cuando más, se guardan en el velador o en algún cajón de escritorio. Así, uno que otro nostálgico dará el mismo lugar a lo que fue su preciada billetera. Una u otra fue recibida alguna vez como obsequio de un banco, con su nombre impreso, de varios gabinetes interiores, plegable o plana y ojalá de buen cuero, cosida con hilo de calidad u otros distintivos. Signo de estatus.

A falta de billetes que llevar, la billetera ha quedado reducida a un pequeño estuche, dimensionado al tamaño de una tarjeta de crédito o débito, donde cabe la cedula de identidad, la licencia de conducir, la tarjeta de metro y alguna foto pequeña de seres queridos, con dos o tres billetes, solo por si fueran necesarios.

Un artículo publicado por WSJ y reproducido por la prensa nacional, hace unos días, indicaba que en ciudades de USA, los milleniales, llevan sus tarjetas e identidades en el bolsillo canguro de su smartphone, prescindiendo de billeteras. Y jóvenes de la generación zeta dejaron de lado hasta los estuches minimalistas. Su dinero, identidad y álbumes los tienen en aplicaciones de teléfonos móviles, los que usan para pagar, identificarse, ver fotos y videos, entre muchas otras funciones de estos aparatos inteligentes; además de llamar
(cada vez menos) o más bien chatear y wasapear.

El artículo agregaba que a medida que los teléfonos móviles se toman cada vez más el trabajo de la billetera, las personas las dejan de usar. Y, aunque el pago en efectivo con billetes, sacado de la billetera, puede ayudar a contener el gasto, por el mayor efecto emocional que produce el pago, el dinero plástico o digital la lleva. Principalmente en estas nuevas generaciones. Lo que es impulsado de manera entusiasta por la industria de las fintech y el comercio de aplicaciones tecnológicas, disponibles en medios digitales.

Por otro parte, se comenta que personas que andaban con demasiadas cosas en su billetera corrían mayores riesgos de robo de dinero e identidad. Lo que no deja de ser un argumento un tanto romántico, ante la pérdida de identidad que el mundo entero sufre con el uso masivo de medios tecnológicos. Los algoritmos lo saben todo y la inteligencia artificial nos lo cuenta. Por ejemplo, en el ChatGPT, en sus versiones de acceso gratuito o de pago.

Lo que narra este artículo para el Norte de América, en verdad, es una realidad casi universal. Digo casi porque aún quedan regiones y lugares del planeta en la que sus habitantes aun no disponen de estas tecnológias. Y, lamentablemente, numerosos moradores en condiciones de pobreza y marginalidad permanecen sin acceso a estos medios, pero sí quisieran tener algún billete que gastar, aunque nunca hayan tenido billetera de cuero repujado o smartphone.

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